A través de diferentes métodos, indagan su comportamiento para tratar de predecir cuándo podrían ocurrir los próximos eventos.
Científicos de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN) estudian el comportamiento del Copahue, volcán ubicado en la provincia de Neuquén que mide casi 3 mil metros. Se trata del más peligroso que tiene el país ya que está activo –la última erupción se registró en diciembre de 2012– y tiene dos localidades linderas en un radio de ocho kilómetros. Por eso, a través de diferentes métodos, indagan su comportamiento para tratar de predecir cuándo podrían ocurrir las próximas erupciones.
“Tenemos instaladas tres estaciones sísmicas, un equipo que mide gases en el cráter y tesistas que modelan la generación de aluviones volcánicos denominados lares. El objetivo es encontrar señales con cierta anticipación que indiquen que habrá un evento”, señala Alberto Caselli, director del Laboratorio de Estudios y Seguimientos de Volcanes Activos (LESVA) de la UNRN.
El Copahue no solo lidera el ranking de riesgo para Argentina por estar activo, sino porque tiene dos poblaciones cerca y es un lugar de alta demanda turística por la Villa Termal de Copahue y el centro de ski de Caviahue, que atrae visitantes de todo el mundo. Después de su última erupción, el volcán tuvo manifestaciones continuas como emisión esporádica de ceniza, explosiones en el interior del cráter y actividad sísmica de magnitud variable.
Cuando se vaya la nieve, los investigadores instalarán estaciones sismoacústicas para recibir señales sísmicas y de infrasonido, cuya labor consiste en recibir presión de aire a partir de ondas que genera el volcán. Además, colocarán termómetros de cráter que transmiten información y un equipo que absorbe el gas ambiental cuatro veces por día.
“La idea es ver cómo varía la composición del gas que libera el cráter junto con la actividad sísmica, de sonido y las variaciones termométricas. Con todo este conjunto de datos queremos ver si obtenemos una señal precursora”, explica Caselli.
Cenizas, agua y azufre
Aunque el 22 de diciembre de 2012 fue la última gran erupción, hasta 2022 hubo explosiones periódicas que arrojaron cenizas e incluso expulsaron el agua del cráter. Básicamente, este proceso consiste en el aumento de temperatura del líquido hasta que empieza a evaporarse, pero en determinado momento despide una parte hasta que vuelve a bajar la temperatura y vuelve a acumularse el agua.
Al haber un glaciar en la cumbre del volcán y un lago en el cráter, el aporte de agua es permanente. Incluso, esto no permite que se vea la fumarola (esa especie de nube o humo denso que sale de su interior), señal clave que indica la presencia de actividad en el lugar. Sin embargo, lo que sí permanece es una capa de azufre que se encuentra en la superficie del lago.
“El Copahue es un volcán que tiene azufre líquido en su cráter. Entonces, cuando el gas pasa, se empapa como si fuera un detergente que hace burbujas, aunque en este caso son pequeños globos de azufre que quedan flotando en la superficie y pueden verse con un microscopio”, detalla el investigador, que también dirige el Instituto de Investigación en Paleobiología y Geología de la UNRN.
Así, uno de los propósitos del trabajo que llevan adelante es ver cuánto influye el azufre líquido en la generación de erupciones. La hipótesis de los especialistas es que la suba de la temperatura aumenta su viscosidad y genera un efecto tapón hasta que la energía supera un umbral y se destapa con una explosión.
En este aspecto, la magister en Ingeniería ambiental Paula Páez analiza la dispersión, el alcance y las consecuencias de las emisiones del Copahue. “Hay distintos tipos de gases y cenizas que emite el volcán, entonces propusimos evaluar su impacto en la lluvia y en la nieve. El agua es un recurso importante en la zona y ya llevamos tres años tomando muestras. Por lo pronto, uno de los efectos de este fenómeno es su acidificación”. Además, en el lugar se lleva a cabo otra investigación que estudia cómo impacta la lluvia y la nieve acidificada en las plantas y en los animales.
Semáforo de alerta
Según el Servicio Geológico Minero Argentino (Segemar), organismo científico y tecnológico que se encarga de la información geológica y minera del territorio nacional, en el país existen al menos 39 volcanes que se consideran activos. En este sentido, el Observatorio Argentino de Vigilancia Volcánica, que depende del Segemar, monitorea de forma permanente aquellos cambios que podrían anunciar un proceso eruptivo y genera alertas tempranas para mitigar el riesgo.
Si se toma en cuenta la Cordillera de Los Andes y aquellos que se encuentran en Chile, pero cuya erupción podría tener consecuencias en Argentina, la cantidad de volcanes activos asciende a 120. De hecho, las tres últimas alertas emitidas por el Observatorio fueron para estructuras que se encuentran en el país vecino.
En este aspecto, desde el Segemar elaboraron un Semáforo de Alerta Técnica Volcánica cuyos colores son verde, amarillo, naranja y rojo. La primera se produce mensualmente y se trata de aquellos
volcanes que están en reposo y no suponen ningún peligro. En el segundo caso, que representaron los tres últimos avisos, el reporte es quincenal y se emite cuando incrementa la actividad sísmica, la emanación de fumarolas, las explosiones y la caída de ceniza. Con el alerta naranja, el aviso es diario y, además de los signos anteriores, puede haber emisión de flujos de lava. Por su parte, el rojo es el más peligroso: la actividad volcánica es prolongada y la amenaza para las poblaciones es muy alta.-